Elianne fue al campo de quidditch, no sabía a qué, a decir verdad, hacía mucho que no practicaba. Ni si quiera se había traido su escoba ese curso. Pero el quidditch tenía un efecto himnotizante, como el canto de una sirena, en ella. Entonces se dio cuenta de que no era la única en la inmensidad del campo, Elianne se acercó con tranquilidad al ¿chico?, si no se equivocaba. Sonrió y se sentó a su lado, en las gradas. -Así que el quiditch también te llamó, ¿verdad?-. Preguntó, riendose con suavidad