Ficha de Maeve O'Brien

Maeve es rubia, con unos intensos ojos azules en los que es posible perderse. Sus rasgos infantiles y delicados inspiran confianza a quien la ve. De piel pálida, sus labios siempre rojos destacan casi tanto como sus ojos. Más bien bajita, 1'60m y de complexión muy frágil y delgada, lo que le da un aspecto aún más infantil. Tiene unas manos bonitas, con las uñas siempre perfectamente limadas y pintadas de color perla.
Le gusta su aspecto tan infantil, por lo que suele acentuarlo vistiendo siempre que puede con vestidos o faldas y medias por las rodillas. También cambia mucho su pelo, pero la mayor parte del tiempo lo lleva suelto ya sea liso o rizado.

Aparentemente dulce, siempre serena. No se altera con facilidad y rara es la vez que grita. De todos modos, su apariencia dulce es solo eso: apariencia. Es una de las personas más malas, frías y retorcidas que nunca haya pisado la Tierra. Disfruta con el sufrimiento ajeno, y más aún si es ella quien lo provoca. Es muy manipuladora y su meta es el poder. Sobre cualquier cosa, el poder. No quiere a nadie, en su frío corazón no tienen cabida ni el amor ni el cariño y como mucho, respetará a quien ella vea conveniente. De todos modos, adora estar rodeada de gente y ser el centro de atención, por lo que guarda las apariencias hasta que le sea conveniente. Bueno ser de su agrado, reza si le estorbas.

El 21 de junio de 1981, nació en Connemara (Irlanda), cerca de la abadía de Kylemore, una preciosa niña de ojos azules como el cristal. Su madre, Aideen, orgullosa por la belleza de su única hija, la bautizó con el nombre de Maeve, en honor a la mítica reina irlandesa. La mujer, junto con su marido Cearnaigh, criaron a su hija en el seno de una familia mágica. Provenientes ambos de padres magos, la estirpe O'Brien era una de las más antiguas y puras castas de magos en Irlanda.
De este modo, la pequeña Maeve creció rodeada de todo tipo de lujos y nunca sufrió por nada. Desde su más tierna infancia, su apariencia dulce y calmada, le aseguró el cariño de todos, y según iba creciendo, su belleza natural cautivó aún más. A los seis años, sufrió la primera pérdida de su vida: su padre, hombre apuesto y valiente, perdió la vida a manos de un vecino muggle que no apreciaba a la familia. Desde entonces, tanto la madre como la hija, desarrollaron un odio profundo y oscuro hacia la gente no mágica y a la pronta edad de diez años, Maeve juró venganza a su difunto padre.
Así, y cargando con su promesa, el lado más oscuro de la niña crecía junto con ella, lo cual no pasaba desapercibido para su madre, que llegó un punto en el que llegó a temer a su propia hija. Los estudios de magia de Maeve comenzaron en su casa, impartidas por su tío Coinneach, hermano de su padre que se trasladó a su casa para enseñar a su sobrina. La niña demostró gran destreza en las artes mágicas ya desde el principio, pero para ella nunca era suficiente. Tanto su tío como su madre la intentaban convencer de que había de admitir sus propias limitaciones, pero ella no se dejaba persuadir.
Finalmente, a los trece años, Maeve se convirtió en lo que es hoy. Decidió que era culpa de sus sentimientos el que no pudiese utilizar todo su potencial. De ese modo, cerró su corazón a todas las emociones que no la dejasen pensar con claridad y expulsó todas las que ya habían entrado, a excepción de aquel negro odio hacia los muggles. Desde entonces, la niña no volvió a querer, no volvió a admirar ni a sentir cariño por nada ni por nadie. Con el paso de los años, esas barreras se fueron afianzando hasta que Maeve pasó a ser una fría estatua de hielo. Una fría y preciosa estatua que miraba de un modo especial y de la que incluso su más cálida sonrisa helaba la sangre. Y así comenzó a amar a aquel nuevo yo. lo prefería porque cierto era que desde entonces su poder y capacidad aumentaron.
Hace poco, una lechuza trajo una carta al palacete de los O'Brian del colegio Hogwarts, en Inglaterra. Aideen decidió mandar allí a su hija, con la esperanza de que el contacto con más gente de su edad, ablandase de nuevo el corazón de la niña a la que ya consideraba tan muerta como a su padre.