Estaba hasta las narices de estar por lo terrenos, viendo como todos los chicos reían, jugaban, hacían combinaciones mágicas entre ellos, en fin, lo que era una vida feliz, algo que yo no podía poseer aunque quisiera, mi ego y mi actitud no me los permitían. Llegué de un portazo a mi habitación, donde al parecer se encontraba mi compañero. No conocía ni su nombre, nunca habíamos hablado a ser verdad. Yo no era un chico de muchas palabras, y menos cuando el personaje que se encontraba recostado en la cama, no tenía ni un mínimo parecido de su forma de ser a la mía. Nada más cerrar la puerta me dirigí directamente a la cama, tumbándome con las manos en la nuca mirando al techo, sin quitarme nada, solo la túnica, habiéndola dejado de manera violenta contra el suelo.