Después de lo ocurrido a mi llegada al castillo aún no me podía creer que siguiese sin varita. Por suerte, hoy me he podido acercar hasta el callejón a comprar lo que no tuve tiempo de encontrar antes. Al fin, tras muchas vueltas, he encontrado la tiendecita. El cielo está cubierto, pero de todos modos no parece que vaya a llover de momento. Me dará tiempo a entrar hoy. Pongo mi mano sobre el antiguo picaporte y ejerzo una ligera presión para que la puerta se abra. Cuando pongo el pie sobre el suelo del establecimiento por primera vez, es como si una corriente de magia me recorriese todo el cuerpo de repente. Las paredes están completamente llenas de varitas: en cajas, en cofres, algunas más grandes y otras más pequeñas...
Tras esta primera impresión, rehago mi compostura y camino con paso firme y decidido hacia el mostrador de la tienda. Me quedo allí esperando un par de minutos, ya un tanto impaciente, cuando oigo un gran estruendo en la parte trasera de la tienda. Intento asomarme por encima de la mesa para poder ver lo que pasa, pero antes de que me de cuenta, un anciano hombre de expresión afable aparece frente a mí con una sonrisa dibujada en el rostro surcado de arrugas.
- Buenas tardes, jovencita. ¿Con quién tengo el gusto de hablar?
- Angelina Riddle, estudio en Hogwarts. ¿Es usted el señor Ollivander?
- El mismo que viste y calza- tras estas palabras me observa detenidamente para añadir-. Déjame que adivine: quieres una varita. ¿Me equivoco?
- Sí, por supuesto. me interesaba una del número 6, por favor...
- Ajá, ¿núcleo?
- Había pensado en pluma de fénix, y madera de manzano, si es posible.
- Gran elección. Si no recuerdo mal tengo una que encajaría a la perfección contigo justo aquí atrás. Si me disculpa...
El señor Ollivander dio media vuelta y se dirigió hacia una escalera que tenía tras de sí. Asentó un pie, luego el otro, y con un poco de esfuerzo alcanzó un sencillo cofre de la primera balda. volvió a bajar cuidadosamente de la escalera y colocó con sumo cuidado el objeto sobre el mostrador. Con aún más precaución, abrió el cofre y con un ligero gersto, me incitó a que cogiese la preciosa varita que había en su interior.
- 27cm, modelo seis, fénix y manzano. Buena varita. Haz el favor, Angelina: pruévala.
Al oír sus palabras me fijé en un jarrón con tres rosas marchitas. Instintivamente, apunté hacia ellas e imaginé las rosas frescas. Cerré los ojos y agité la varita en su dirección. Un instante después oí tres palmadas frente a mi. Abrí los ojos y observé que las flores estaban ahora frescas y quien aplaudía era el señor Ollivander.
- Definitivamente, esta es tu varita.
- Sí, yo también lo creo -respondí con una sonrisa. Se la entregué para que la guardase de nuevo en el cofre y me cobrase por su servicio.
- Son 75 galeones, por favor -le entregué el importe y, tras despedirme del amable tendero, salí de la tienda con una sonrisa dibujada en la cara.