Entre... ¿Plantas? [Meredith Harker]

Estaba aburrida. ¿Por qué otra razón dejaría de leer la Divina Comedia, para ir al Invernadero, solo con mi pijama de conejitos y la bata de seda de mamá? Pero ya estaba allí, y ahora me daba vagancia volver a mi cuarto.

Entré silenciosamente, y grande fue mi sorpresa al ver otra persona ahí. La reconocí: Valerie Rosier, una Slytherin con la que me llevaba a las mil maravillas.

―Hola ―saludé. Mi voz era poco menos que un susurro.

―Me aburría ―respondí, sinceramente, acercándome a ella―. ¿Tú?

Era bien entrada la noche, no se oía nada y probablemente nos castigarían si nos encontraban a estas horas en el Invernadero, pero mi mente no pensaba en eso. En realidad, pensaba en la inmortalidad del cangrejo.

―Aunque no lo parezca, es abrigado el pijama ―repuse, sonriendo―. Puedes reirte ―añadí. Eran conejitos, claro que podía reírse.

―¿Qué te llevó a bajar al Invernadero? ―pregunté, curiosa. Mi voz, como la suya, eran más bajas que de costumbre.

Era claramente, pasada la medianoche, y al día siguiente habría clases, así que lamentaría esto en la mañana.

Su argumento era bueno. Los Prefectos no rondaban tanto los Invernaderos como el resto del castillo, y afuera hacía un frío de muerte. Asentí suavemente.

Me acomodé un mechón rebelde, mientras miraba en la misma dirección que Valerie. Todo estaba muy oscuro, apenas iluminado por la luna.

―Lástima que haga tanto frío ―dije, en un suspiro.

Sonreí, y me senté en el otro taburete.

―En realidad, sí, prefiero el frío ―comenté, mirando para afuera―. Pero es que la noche está muy bonita para estar aquí ―añadí.

―¿Tú prefieres el frío o el calor? ―pregunté, para iniciar una conversación.

―Entiendo ―repuse―. En realidad, mi cabello no es... no cambia con el clima. Siempre es igual de lacio ―bufé.

Noté cómo Valerie ponía siempre la lógica ante todo. Me agradaba esa cualidad, aunque también debería estar dispuesta a creer más. No todo lo que no estaba en papel era inexistente...

―Sí, intenté. Pero es fastidioso andar arreglándose tanto todos los días ―dije. Sí, era una pandrosa terrible, y a mucha honra―. Me da vagancia ―añadí.

Val era muy cuidadosa con su cabello, que, por supuesto, estaba siempre impecable: negro, lustroso, lacio y sin ningún cabello fuera de su lugar.

Pero yo, en cambio, ni me preocupaba. Sabía que siempre estaría lacio y presentable, a menos que yo lo hechizara para lo contrario.

Valerie tenía razón. Pero antes que pudiera decírselo, cambió bruscamente el tema.

―Sinceramente, nada ―dije―. Me vengo escaqueando de Herbología desde hace más de dos meses ―añadí. Esa actitud no iba conmigo, y lo sabía, pero es que esa materia en particular era odiosa―. ¿Tú?

―Comprendo ―murmuré―. Herbología es... ―sin encontrar un adjetivo para describirla, dije―: te tiene que gustar, si no, será aburrida. ¿Me equivoco? ―pregunté, a sabiendas que la respuesta era posiblemente no. Mi voz seguía siendo poco más que un susurro.

Valerie parecía ligeramente metida en sus pensamientos, así que volví a mirar afuera. Estaba tan lindo...

Asentí, ausentemente. Tenía razón.

―No muchos se conformarían con lo básico ―murmuré―. Yo sería una de ellas, en realidad ―mascullé, esbozando una sonrisita. No me gustaría, pero quería saber. La curiosidad era más fuerte que yo.

―Tal vez ―reí. Gradualmente, mi voz dejaba de ser un susurro―. Pero sería divertido ―añadí.