Después de escapar de Azkaban

Conseguí, no sin mucho esfuerzo, aparecernos al desconocido y a mi en el interior de lo que en el pasado habría sido el salón de la Casa de los Gritos. No que fuera un lugar muy confortable ahora, pero era muchísimo mejor que quedarnos bajo la helada lluvia en una isla cuyo nombre ni conocía.

No sé como me las apañé para, sin apoyar la pierna del tobillo roto, arrastrar al hombre con la alfombra hasta dejarlo frente a la chimenea, la cual encendí sin ni siquiera sacar la varita.
Ahora que ya teníamos una fuente de calor y de luz, me dispuse a analizar el estado del extraño.
Su color de piel era totalmente mortecino, sus labios estaban resecos por la falta de agua, y su cuerpo estaba consumido por la escasez de alimento. A todo eso había que añadirle que estaba mojado y lleno de tierra por el aterrizaje, además de tener heridas y pequeños cortes.

Suspiré. Y yo no estaba mejor. Mi aspecto era sucio y desaliñado, también estaba llena de heridas sangrantes y mi tobillo roto no iba a ser de gran ayuda. A pesar de ello, me dispuse a intentar curar al hombre.

Para ello rasgué su camiseta y la dejé a un lado, empezando a curar las heridas de su torso con cuidado. Después de haberlas desinfectado y sanado me dediqué a los cortes de las piernas, pero sólo los de la parte de abajo, porque no quería tener que quitarle los pantalones y que luego hubieran malentendidos.
Finalmente me centré en las heridas de su rostro, incluso en esa brecha que tenía de antes. Mientras, no pude evitar pensar que, ciertamente, aquel hombre debía de haber sido muy guapo.

Cuando hube terminado me concentré para invocar mediante un Accio la colcha y las sábanas de mi cama del dormitorio de Slytherin, las cuales coloqué sobre el hombre, con el fin de mantener su temperatura.

Finalizada mi labor lo miré durante unos segundos para comprobar que estaba bien antes de arrastrarme a una esquina de la habitación para dejarlo descansar tranquilamente. Una vez allí me froté los ojos tratando de contener las lágrimas.
Ya no tenía fuerzas para curarme a mi, tenía la mente en mi nuevo fracaso en el intento de rescatar a mis padres. Además, lo había pasado muy mal en presencia de los dementores, porque había empezado a escuchar unas preguntas que me habían atormentado.

"¿A quién prefieres, a mama o a papá?"

No noté ni que me desapareciera, ni el cambio de lugar ni nada. Lo que si empecé a sentir fue una gran mejoría debido al acojedor calor de la chimenea y los cuidados de la chica.
Sin embargo, no despertaría hasta horas después....

.......

Lentamente me fui removiendo entre las cálidas sábanas, y pensé que aún seguía soñando de lo cómodo que me sentía, pero todo era demasiado real como para ser únicamente producto de mi imaginación.
Abrí los ojos y reconocí donde estaba, La Casa de los Gritos. ¿Qué había pasado? ¿Dónde estaba la chica? Lo último que recordaba era el aterrizaje sobre la playa de aquella isla desconocida.

Me incorporé y vi que no llevaba camiseta, también noté que mis heridas estaban curadas. Ya no me dolía excesivamente el cuerpo, ahora lo que tenía era una terrible hambre y sed.

Miré alrededor y no vi a nadie. ¿Se habría marchado la chica? Ni siquiera sabía aún su nombre...

Como veía que el hombre iba a tardar en despertar, tras serenarme y borrar de mi mente cualquier malo pensamiento, empecé a curarme el tobillo.
No podía hacer mucho sin ninguna poción, pero logré devolverlo a su posición inicial e inmovilizarlo mediante el hechizo Ferula.
Tras comprobar que de esa manera podía moverme mínimamente, me incorporé y, cojeando, me metí por el túnel que llevaba a Hogwarts con el fin de llegar a las cocinas a por alimento y agua, ya que estaba segura de que el expresidiario lo iba a necesitar.

Tardé más de lo esperado en regresar, ya que también me detuve en asearme un poco y en coger ropa limpia para mí y para él. Yo ahora traía el pelo recogido en un informal moño, ya que no había tenido tiempo de arreglármelo, e iba vestida con un vaquero desgastado y un jersey blanco de hilo fino, sin muchas pretensiones, sólo me había cambiado para sentirme limpia. Para el hombre le había cogido “prestada” ropa a un chico de Slytherin, el más alto que conocía, ya que él era bastante grande. El conjunto consistía únicamente en unas deportivas negras, al igual que los pantalones, y una camiseta de manga larga gris. Con algo de reparo había cogido también ropa interior, ya que suponía que en Azkaban no le habrían dado mucha oportunidad de cambiarse.

A pesar de lo que me había retrasado, el hombre aún no había despertado cuando llegué. Empecé entonces a preparar en la habitación contigua al salón la cena, ya que en ella había una vieja mesa. La escasa comida consistía en unas patatas asadas que me habían dado los elfos, un poco de lechuga sola y sin más acompañamiento, y un par de trozos de tarta de chocolate que había robado de los postres. Además había traído un par de jarras de agua y unas velas para iluminar la oscura casa.

Satisfecha con mi trabajo regresé al salón y vi que el hombre de nombre aún desconocido había despertado. Me acerqué hasta él, llevando conmigo una de las velas.

- Qué bien que despertaste – le dije, sonriendo – Ahora ven, acompáñame – le pedí misteriosamente.

La chica apareció por el marco de una de las puertas que daban a otras habitaciones. Se había cambiado de ropa y traía consigo una vela que le daba un aura de misticismo. Observé también que cojeaba, y pude ver que en su tobillo había realizado el hechizo 'Ferula'.

Me levanté cuando me lo dijo y me dispuse a seguirla.
Tenía muchas preguntas que hacerle, pero la primera de ellas fue:

- ¿Cuál es tu nombre?

Esperé a que se levantara para guiarlo hacia la habitación de al lado, donde estaba preparada la cena.

- Soy Alexandra, Alexandra Peverell – respondí, mirándole - ¿Y tú?

Era extraño estar preguntándole el nombre después de todo lo que habíamos pasado, pero bueno.
Entramos en la estancia y le dejé paso para que viera todo lo que había preparado. En la mesa había dos sillas frente a frente y en una de ellas, la de la derecha, la ropa que le había traído para cambiarse. Los platos estaban ya colocados con sus respectivos cubiertos, y las fuentes estaban listas para servirse. En el centro estaban un par de velas que iluminaban la sala y que en cualquier otra circunstancia le habrían dado un aspecto romántico, aunque no en esa, pues su única función era alumbrar.
Me giré hacia el hombre y le sonreí.

- Sé que no es una maravilla de cena, pero es lo mejor que pude conseguir – me excusé apenada – También te traje algo de ropa, porque supuse que querrías cambiarte…

Caminé a su lado, intrigado por lo que querría mostrarme.

- Sirius Black – respondí, casi con desprecio hacia mi mismo. Probablemente habría oído hablar de mí en algún periódico.

Pero en cuanto vi todo lo que había preparado, sólo pude sentir una emoción inmensa. Aquella comida… olía tan bien, tenía tan buena pinta… Y el agua era tan clara… Nada que ver con la comida en mal estado y sin cocinar de Azkaban, o el agua turbia que daban a beber.
Sin poderlo evitar dejé la ropa de lado y me senté en la silla, atacando las patatas, el agua e incluso la lechuga que en otros tiempos me habría parecido sosa. Mis ojos se humedecieron de los sentimientos contenidos, de la sensación de libertad.

- No digas tonterías – le reproché – Esto es como un oasis en el desierto, hacía tanto, tanto tiempo que no comía así…

Dejé de hablar y me centré en comer. Necesitaba reponer todas las energías.

Escuché su nombre y supe quién era. Pero… ¿Sirius Black no había muerto en el Ministerio a manos de Bellatrix? Ese había sido un hecho muy comentado entre los mortífagos…
Sin embargo, al verle mostrar semejantes emociones por una comida que no era nada del otro mundo, no pude más que sentirme totalmente apenada por él. Qué triste era ver a alguien en su estado…

Me senté en mi silla y lo observé comer. Le dejaría coger cuanta comida quisiera antes de probar algo yo, ya que podría aguantar si era necesario. Tampoco iba a hablar de momento, porque Sirius parecía estar librando una batalla emocional consigo mismo que no quería interrumpir.

Estaba ya casi acabando con la comida cuando vi que Alexandra aún no había probado nada, pues sólo me observaba en silencio.
Tragué el último bocado que me había llevado a la boca y le pregunté:

- ¿No vas a comer nada?

Se percató de que lo observaba. Sonreí por su pregunta.

- No, creo que tú necesitas más esa comida que yo – respondí, encogiéndome de hombros – Además, aún queda la tarta de chocolate.

En otras circunstancias habría insistido en que comiera, pero tenía tanta necesidad de sentirme lleno que acabé la poca comida que quedaba.
Me quedé unos segundos en silencio, porque seguía dándole vueltas a varias cosas de las que quería hablar, pero empecé por un tema intrascendente.

- ¿Dónde conseguiste toda esta comida? – le pregunté - ¿Y la ropa?

Esperé a que terminara mientras observaba la escasa decoración de la habitación, por el simple hecho de no pasarme todo el rato mirándole, o acabaría incomodándose.

- Me la dieron los elfos de Hogwarts – respondí – Y la ropa se la tomé “prestada” a un compañero, aunque no creo que la vaya a echar en falta.

Cogí dos platos y serví los trozos de tarta, acercándole uno.

- Está buena, ya la han hecho otras veces – comenté.

Acepté el plato que me daba y probé la tarta. Ciertamente estaba buena, aunque yo nunca había sido un aficionado de esas cosas.

- ¿Así que estudias en Hogwarts? – le pregunté, eso comprobaba mi anterior deducción de que era bastante joven - ¿A qué curso vas?

Comí yo también un poco de tarta, aunque el hambre se me había pasado bastante.

- Ajá, si, estudio allí – confirmé – Voy a séptimo curso, en Slytherin.

Ya me imaginaba que ella sería de la casa de las serpientes, aunque no parecía una de ellas.

- Nunca me he llevado bien con los Slytherin – le conté – Así que supongo que tú serás la excepción.

Cogí otro cacho de tarta.

- Hablando de Hogwarts… La Directora me había ofrecido el puesto de profesor de Historia antes de que me encarcelaran de nuevo… - le dije - ¿Crees que me dejará ocuparlo ahora?

No me gustaba mucho recordar ya mi temporada en Azkaban, pero me preocupaba el hecho de qué sería de mi vida ahora.

Asentí.

- Si, si te dejará, porque sabe que eres inocente – respondí, sonriendo – Además, se encargará de limpiar tu nombre, estoy segura. Así no tendrás que preocuparte de nada.

Dejé la tarta definitivamente a un lado y bebí agua solamente.

- ¿Por qué no te llevabas bien con los Slytherin? – le pregunté curiosa.

No preocuparme de nada… eso sonaba bien. Estaba deseando poder empezar una vida nueva, libre de culpas.

- Por mi familia – respondí simplemente a su pregunta – Todos eran de Slytherin y me despreciaron por pertenecer a Gryffindor. Creo que les cogí manía desde entonces.

Terminé la tarta y la dejé también a un lado, como había hecho Alexandra.

Escuché su respuesta y me quedé unos segundos mirándole, me pareció que no era un tema que le gustase tocar.

- Mm… bueno, supongo que querrás cambiarte, ¿no? – dije finalmente – Me iré al salón mientras tanto.

Dicho esto me levanté de la silla, no sin esfuerzo, y me fui cojeando hasta la otra habitación, sentándome en la alfombra frente al fuego.

Vi como Alexandra se iba cojeando al salón. Luego le preguntaría qué le había pasado.
Cogí entonces la ropa que había apartado y miré qué es lo que había traído; una camiseta gris claro de manga larga y unos pantalones negros, junto con ropa interior y unas deportivas negras.
Por el tamaño de las prendas aventuré que me quedarían algo pequeñas, pero mejor era eso que el asco de pantalones que llevaba ahora, pues mi camiseta la había encontrado rota a mi lado al despertar (suponía que me la había quitado Alexandra para curarme).

Me desvestí y me coloqué la ropa limpia. No me había equivocado en mis suposiciones. La camiseta se me ajustaba demasiado como para pensar que era de mi talla, y los pantalones, a parte de ajustárseme, también me quedaban cortos. Por eso arranqué el dobladillo que tenían en los bajos de manera que, aunque deshilachados, ya parecieran de mi tamaño. No pude arreglarlos mediante magia porque mi varita la habían roto al encerrarme en Azkaban.

Una vez terminé entré yo también al salón, dirigiéndome a donde estaba Alexandra y sentándome a su lado.

- Ya está – le anuncié – Me queda todo un poco pequeño, pero gracias igualmente por molestarte.

Llevaba un rato sumergida en mis pensamientos mientras miraba absorta el fuego cuando Sirius llegó. Giré el rostro hacia él y comprobé lo que decía.

- Oh, vaya – murmuré - ¿Por qué no lo arreglas con… magia? – mientras iba a hablando me estaba dando cuenta de lo que decía: a Sirius le habrían roto la varita al meterlo en Azkaban.

Guardé silencio.

- No tienes varita, ¿no? – afirmé más que pregunté – Bueno… - saqué la mía y en un par de toques ya le había colocado toda la ropa como a mi me gustaba en un hombre: cómoda pero dejando entrever la forma física, que en el caso de Sirius era más que aceptable.

- Ya está – concluí, sonriendo – Y por lo de la varita no te preocupes, yo trabajo en Ollivander’s, así que un día te pasas por allí y te doy una sin problemas.

Me arregló la ropa fácilmente, y asentí por lo de la varita.

- Si, iré por allí en cuanto reúna dinero suficiente – le dije.

Entonces dirigí la vista al fuego, pensando en cómo decir lo que ya no aguantaba más guardándome.

- Mm… ¿Alexandra? – la llamé después de unos minutos, esperando captar toda su atención.

- No, tampoco hace falta que te preocupes del dinero – lo tranquilicé – Si no tienes, lo comprendo, no tengo inconveniente en pagarte yo la varita.

Me inquieté cuando me llamó de esa manera, por lo que lo miré interrogantemente.

- ¿Qué pasa? – le pregunté.

Respiré hondo y hablé:

- No sólo quería agradecerte lo de la ropa, si no todo – empecé – Es que… no sé, te has preocupado mucho por mí, me has curado, te has molestado en traerme comida… Incluso te has ofrecido a pagarme una varita – la miré, me sentía extraño en aquella situación ya que los únicos que se habían portado tan bien conmigo habían sido Remus y los Potter - Pero sobre todo, me has rescatado de Azkaban aún cuando no tenías ninguna obligación de hacerlo, aún cuando has tenido que dejar a tus padres por sacarme a mi…

Le cogí una mano para darle más énfasis a mis palabras.

- Así que… cómo sabrás, tengo una deuda de vida contigo – le dije – Y hasta que la haya pagado estoy a tu entera disposición. Por ello, cualquier cosa que necesites, ya sea protección o ayuda, allí estaré.

- Lo prometo – finalicé con seguridad.

Parpadeé, sorprendida ante la solemnidad de aquellas palabras.

- No, no, ni hablar- negué – Tú no tienes ninguna deuda de vida conmigo – aquellas eran palabras mayores, ya que significaba que él para pagarla tendría que salvar mi vida – Fue un acto desinteresado, no tengo intención de que me lo devuelvas, en serio.

Le sonreí tranquilizadoramente.

- No importa – rechacé – Yo siento que te lo debo, y así lo haré. No te puedes imaginar de lo que me has librado, y lo mínimo que puedo hacer es devolverte el favor.

La miré a los ojos para darle a entender que estaba totalmente seguro de lo que decía antes de añadir:

- No me harás cambiar de opinión.

Suspiré, hay que ver lo cabezotas que eran algunas personas.

- Como quieras… - cedí – Pero que sepas que yo nunca pido ayuda para nada – sonreí.