Algunos días antes, de ir a comprar mi varita magica, había estado en el cementerio, con un clima parecido, pero más relajado, un cielo completamente gris, del cual caía una llovizna, suave, pero helada, al punto que lograba dejar mi piel palida, saltando un poco más el color café claro de mis ojos.
Para esa visita, iba con un pantalón de vestir negro, una camisa de botones negra e igualmente, mi saco negro que era la prenda que más solía usar, para protegerme de la lluvia, sostenía con mi mano derecha un elegante paraguas negro, y en mi mano izquierda, sostenía una delicada y hermosa rosa roja.
-¿Cuánto ha pasado... ¿tres?, ¿cuatro años?...-Me susurraba a mi mismo.
Me abría paso entre las lapidas, sin llegar a pisarlas, observando de vez en cuando a algunas personas que ahí estaban, pero continuaba mi camino, sereno y tranquilo, hasta llegar a una tumba, a los pies de un gigantesco y fuerte roble.
Me quedé viendo aquella tumba, era la de mi madre "Sarah Withney", cariñosa, simpatica, amable, justa y sobre todo, una gran madre, mi mirada se mantenía fija en la tumba, casi con frialdad y una lagrima resbaló por mi palido rostro mientras me colocaba de cuclillas.
-Me has hecho falta, madre... Aun no he podido encontrar a mi padre... pero se que tarde o temprano lo encontrare... y espero que haya cambiado para cuando eso suceda...-Contaba con voz quebrada pero continua, dejando aquella hermosa rosa sobre la tumba.
Continué de cuclillas por algunos minutos, como si hablara con la tumba, aquella rosa, a pesar de no ser sangre, comenzaba a afectarme por su brillante color escarlata, por lo que me puse de pie y alzé la mirada al cielo sintiendo como las frias gotas de agua golpeaban contra mi rotro.
De nuevo bajé la mirada, y me quedé contemplando la tumba, procurando no ver fijamente aquella rosa, la llevaba más que nada, porque a mi madre siempre le gustaron esas flores en especial.