Empachada nocturna [Sebastián Ascott]

Sebastián se acercó, se preocupó por mí y se disculpó por todo el barullo causado. La escena era penosa. Yo, en el suelo, con la capa llena de comida y potingues, rodeada de platos rotos y muslos de pollo; y él, de pie, con cara de no-sé-qué-acabo-de-hacer mirándome con preocupación. No pude evitar soltar una risita.

- Perdóname tú a mí por el susto, sé que no es normal frecuentar estos lugares a estas horas. Lo siento mucho.

Me levanté como pude, quitándome con las manos los restos de tallarines y ternera que me quedaban. Sebastián me observaba desde la altura, y yo me sentía tremendamente ridícula. Cuando al fin estuve en pie, limpié mi capa con un hechizo y traté de arreglarme el pelo. No quería parecer una persona sucia delante de Sebastián, por mucho que las circunstancias lo exigieran.

Sebastián estaba allí, de pie. Reluciente, a diferencia de mí. Bien plantado, varita en mano, y unos ojos verdes que brillaban en medio de la sala a la vez que combinaban perfectamente con los bordes de su capa. Me miraba y sonreía torciendo la boca ligeramente.

- Lo malo es todo este desastre. Creo que mis conocimientos mágicos no alcanzan el nivel necesario para saber solucionar tal desorden... - fruncí el ceño y me reí - No creo que a nadie le guste encontrar esto así antes de que lleguen los elfos. Aunque... ¿Crees que vendrá alguien?

Me di cuenta de que mientras hablaba me había acercado a la mesa y estaba jugueteando con una alita de pollo. Sebastián observaba detenidamente mis movimientos, así que la solté de repente, ruborizándome bajo su atenta mirada e intentando aparentar que no había pasado nada. Me pasé la otra mano por el pelo, peinándome, mientras miraba al techo a modo de disimulo.

- Pues... No sé... - dije mientras bajaba la cabeza para mirarle a los ojos - Me gusta la noche, todo está tranquilo. Nadie me molesta, y puedo comer todo lo que quiera. Me gusta la soledad.

Barajé la posibilidad de que Sebastián se tomara aquella última frase como una indirecta para que me dejara sola, pero lo dicho dicho estaba y no tenía solución. Sólo quedaba esperar que aquel chico no malinterpretara mis palabras, ya que nunca había tenido nada encontra suyo y eso él lo sabía de sobra.

Estaba muy agusto allí, con Sebastián, en medio del oscuro gran comedor, que ahora sólo se iluminaba a partir de los rayos de luna que entraba por los grandes ventanales laterales. Me fijaba en su sonrisa como si de un gatito recién nacido se tratara, me despertaba un cariño tremendo e incluso me hacía sentir entre meláncolica y nostálgica... Aunque no entendía por qué.

Podríamos haber estado allí de pie, mirándonos fijamente, una eternidad. Parecíamos hipnotizados, quizás por el frío, quizás por el sueño, quizás por los nervios. No era una situación que se diese todos los días, no esperaba encontrarle allí a aquellas horas. Es cierto que había estado observándole, que me fijaba en sus expresiones y en todos sus movimientos cuando le tenía cerca en algún lugar del castillo. Y era tan raro, tenerlo de repente para mí sola, en medio de una sala tan grande y con una luz tan tenue... Me habría gustado permanecer allí más tiempo, sí. Pero algo lo impidió.

De repente oímos una especie de sonido. Unos pasos, unas palabras... No sé. Cuando pretendí asumirlo e interpretarlo, Sebastián me agarró de la mano y me condujo corriendo hacia una esquina del Gran Comedor. Bajo mi atenta y asustada mirada, con un movimiento de varita la pared se separó de sí y dio lugar a una puerta improvisada. Me arrastró hacia dentro y pasé mucho miedo. Una vez dentro, cerró el hueco de la pared.

La habitación quedó completamente a oscuras. Sebastián se acercó a mí y me dijo que no tuviera miedo, que no él me protegería. Seguramente sólo sería un prefecto, pero yo estaba asustada de todas formas. No sabía cuán valiente era, pero sabía que pasaba mucho miedo a veces. Aquello me hacía cuestionar si realmente era yo una Gryffindor de verdad.

Todo estaba oscuro, y no podía sentir nada aparte del miedo y la respiración de Sebastián a mi lado, acelerada y agitada. Yo no respiraba con mucha más facilidad, pues habíamos corrido un trecho considerable sólo unos minutos antes. Sólo quería que aquel mal trago pasara, volver a mi dormitorio, o quizá seguir comiendo en la mesa de Gryffindor con la compañía de Sebastián...

- ¿Qui... Quién crees que es? - pregunté, nerviosa.

Desde aquel habitáculo, Sebastián y yo pudimos comprobar cómo alguien que aparentaba ser un alumno encendía las luces del Gran Comedor y se sentaba a comer un tentempié tranquilamente. No podía verle la cara, pero comprobar que era un alumno y que además no tenía ningún pudor de sentarse allí ancho y derecho me hacía tranquilizarme. Lo que no me tranquilizaba era la posibilidad de que fuera un prefecto, no quería que la gente me odiara por provocar la baja de puntos de mi casa. No tenía muchos amigos, y aquello no me ayudaría a aumentar el tamaño de mi vida social...

Sebastián estaba pendiente de mí. Aquello me sorprendió... Estaba casi tan asustado y tenso como yo, tanto, que igual no se había dado cuenta de que estaba abrazándome mientras miraba con aire preocupado a la persona que permanecía completamente ajena a nosotros.

Giró la cabeza para mirarme y me susurró un Tienes frío mirándome con los ojos muy abiertos. Dentro de la oscuridad del lugar, los pocos rayos de luz que entraban por la grieta por la cual mirábamos al exterior decidió iluminar únicamente los ojos de Sebastián. Por lo que vi dos grandes ojos verdes claros e iluminados en medio de una total oscuridad... Allí estaban, los dos, expectantes, diciendome que tenía frío.

Quise replicar y decirle que estaba bien (aunque fuera mentira), pero como siempre, me dejó con las palabras en los labios. Igual fue el tiempo que estuve entretenida observando el curioso efecto que la luz acababa de provocar en su cara, pero cuando me quise dar cuenta tenía su capa sobre mis hombros. Hizo una broma sobre nuestras casas, pero el miedo y la expectación de tenerle allí tan cerca hizo que sólo fuera capaz de sonreír y acurrucarme en sus brazos a la vez que me acercaba a él aún más. El miedo y el frío no ayudaban a que mi temperatura corporal se mantuviera regulada. En cambio, él sí.

Allí estaba, en una habitación ultrapequeña, acompañada de uno de los chicos más populares de los que había oído hablar... Las chicas de Gryffindor solían hablar mucho de él, o al menos yo recordaba muchas conversaciones en la mesa del gran comedor y en la sala común. Seguía abrazándome, y yo a él inconscientemente, aunque seguía pendiente del exterior y se podía dar el caso de que no se hubiera dado cuenta aún de la situación.

De repente, me dijo que le contara algo de mí. ¿Realmente lo interesaba, o me consideraba un pasatiempo para hacer más amena la estancia en aquel habitáculo?

- No sé que te puedo contar ahora mismo, es que... Sebastián... - empecé a reír - No creo que sea la ocasión más indicada para contarte mi vida... Pero sí puedo decirte que estoy muerta de miedo y que agradezco que estés aquí, porque no sé qué habría hecho sola...

Miré por la grieta de la pared. Aquella persona, lo que quiera que fuese, seguía comiendo. Y con lentitud, además. Me mordí el labio pensando qué podría decirle a Sebastián, pero las palabras simplemente no salían. ¿Miedo? ¿Nervios?

- Te veo muy tranquilo, preguntándome por mí... - le di un toque en la nariz con mi dedo índice a la vez que sacaba la lengua con expresión burlona - Cuéntame algo tú, venga, así igual entro en materia y me inspiro. Estoy tensa...