Llegando a Hogwarts [libre ^^]

Estaba de camino para salir a pasear por los jardines cuando vi parada en medio del pasillo lo que me pareció una Barbie -juguete muggle- a tamaño real (xD)
Miré unos segundos a la joven mujer. Parecía despistada, así que decidí hacer mi buena acción del día y me acerqué a ella para ver si podía ayudarla.

Al verla de cerca, me pareció aún más una Barbie, sobre todo al percatarme de que parecía haberse traído todo su armario ropero metido en esas siete inmensas maletas. Rodé los ojos antes de colocarme frente a ella y sonreírle amablemente.


- Buenos días - la saludé - ¿Le puedo ayudar en algo?

De no haber sido por mi entrenado autocontrol hubiera hechizado a aquella mujer nada más empezó a hablar. ¿Pero quién se creía? O mejor, ¿Dónde se creía que estaba? ¿En un hotel de lujo?
No sólo me había tratado como una sirvienta, si no que, además, ¡había insinuado que de haber sido un director en vez de una directora, me habría contratado por ser su amante! Pero como tampoco era guapa...

Incluso, se había atrevido a decirme que no robara sus pertenencias cuando las colgara.

A pesar de todo, la miré misteriosamente y respondí, actuando totalmente:

- Muy bien, lo haré todo ahora mismo con la mayor prontitud y eficacia posible.

- Y no se preocupe, ya robé todo lo que me tocaba por día, así que no me llevaré nada suyo cuando lo arregle - añadí con ironía - Entonces... ¿Sigue queriendo que la ayude?

Respiré hondo para tranquilizarme. No quería llevarme mal con aquella mujer, porque sospechaba que me iba a dar clases.

- No se preocupe - le resté importancia, sonriendo con gran esfuerzo - Yo soy Alexandra Peverell.

Hice una mueca. Estaba segura de que había dicho mi nombre así a propósito, por eso no le iba a dar el gusto de verme molesta.
Señalé entonces sus maletas con una mano y con un leve movimiento las hice desaparecer.

- Ya están en su despacho - le informé, sonriendo con superioridad - Y ahora le acompañaré amablemente a él - añadí, intentando aparentar simpatía.

- Sígame - y la adelanté para que viera por dónde ir.

- Respira, respira... - me decía a mi misma, intentando calmarme.
Apreté el paso para llegar cuanto antes, no sabía cuanto tiempo más iba a aguantar a esa mujer, pues parecía estar dispuesta a sacarme de mis casillas.

El mal humor se me estaba reflejando tanto en la cara que la gente que venía de frente se apartaba al instante. Por suerte la mujer estaba a mis espaldas.

- No quiero perder kilos - repuse calmadamente - Me siento bien como estoy.

Estuve a punto de decirle que llevaba sin usar cremas desde la última vez que ella había dicho algo agradable, o sea, nunca. Yo no las necesitaba ¡Por favor! ¿Cómo iba a hacerlo si con un poquito de magia ya tenía cualquier problema solucionado?
Sin embargo, no pude evitar mirármelas.

- Pero si están bien - comenté mientras subíamos a las escaleras flotantes y esperábamos a que se movieran.

Por mucho que mirara mis piernas no las veía ni con celulitis ni con la piel seca. Estaban lisas y bien formadas por el deporte que hacía. Esta mujer...

- Yo no tengo novio, pero si un chico lo fuera, ¿No crees que me querría tal cual? - le pregunté, mirándola de reojo.

- Y ya verás que hacemos aquí... - respondí, sonriendo interiormente, porque siempre que alguien venía aquí por primera vez se asustaba con las escaleras.

La miré analíticamente, ciertamente aquella mujer tenía el aspecto de traer a bastantes hombre locos por ella. Sin embargo me atreví a preguntarle.

- Ah claro... entonces... ¿Cómo se llama?

Sonreí.

- Tu novio, por supuesto - expliqué - ¿Cómo se llama? Porque debes de tener, ¿no? Siendo, como dices, todo lo que le gusta a los hombres...

Sonreí victoriosa, la había pillado.
En ese momento se movió bruscamente la escalera, trasportándonos al segundo piso.

- ¿Y qué pasa con ese hombre? ¿Cómo es que no sois aún pareja, entonces? - seguí inquiriendo, luego de pasar al siguiente pasillo.

Me temía que si dejábamos de hablar la mujer seguiría quejándose, por eso le pregunté.

- ¿Y cómo es ese hombre como para que se merezca tu amor? - le pregunté, aunque en verdad estaba compadeciendo al pobrecito que tuviera que soportarla.