Comprando una varita

Hacía apenas unos días que había pasado aquel suceso con Alexandra, por ello sabía que ese no era el mejor momento para ir a Ollivander's, pero no podía pasar más tiempo sin varita, la necesitaba.
Me armé de valor y entré a la tienda con paso lento y temeroso. Mi cabeza estaba dándole vueltas a las palabras que quería decir, porque iba pedirle perdón nuevamente a Alex, no podía soportar su lejanía. Quería arreglar las cosas aunque fuera para quedar como amigos.

Estaba tan ausente pensando en cómo iniciar una conversación cuando apareciera Alexandra que llegué a pensar que era ella quien me abrazaba. Sin embargo rápidamente caí en la cuenta de que no era así, aquella mujer era muy rubia, demasiado alta (me fijé que era por los tacones) y despampante.
La miré unos segundos, tratando de recordar quién era, pues ella parecía conocerme.
Finalmente algo hizo 'click' en mi cabeza y pregunté algo dudoso:

- ¿Alina?

Me pasé una mano por el pelo, incómodo. Me costaba no recorrerla con la vista, porque iba muy llamativa vestida, y parecía consciente de ello.

- Pues... en un primer momento no te recordé - respondí - Pero es porque has cambiado mucho.

Eso era cierto, Alina había cambiado mucho desde la última vez, pero no era verdad que por ello no la hubiera recordado, si no que, sencillamente, no le había dado la mayor importancia a la corta relación que habíamos tenido.

Tragué, nervioso. No me podía hacer esto justo ahora, ¡Había venido principalmente para hablar con Alexandra!

- Si - respondí tontamente, sin poderlo evitar.

Merlín, no recordaba haber dicho eso pero si esto seguía así iba a convertirse en cierto.

- Pues no me acuerdo... - confesé, retrocediendo un poco ante su cercanía.

Alina me besó sin que me diera tiempo a reaccionar. Sentí como el calor inundaba mi cuerpo, pero tenía que apartarla de mí por muy bien que se sintiera aquello, porque yo quería a Alexandra aunque hubiera decidido apartarme de ella por su bien.
Abrí la boca para protestar, pero no logré articular nada entendible.

Llevaba trabajando desde las cinco de la mañana en una varita cuando oí cómo la puerta de la tienda se abría casi dos veces seguidas, lo que indicaba que habían entrado dos nuevos clientes. Sin embargo, me faltaba tan poco para acabar mi labor que decidí que no pasaría nada si los hacía esperar un poco.

Una vez hube acabado y comprobado que funcionaba perfectamente, guardé la varita y me encaminé hacia la parte principal de la tienda.
Pero preferiría no haberlo hecho nunca, porque lo que allí me encontré me partió el corazón.

Fui incapaz de hacer ni de decir nada, mi mente sólo veía a Alina Umbridge, la guapa pero insoportable mujer que había conocido el otro día, besando con pasión a Sirius.
Encajaron entonces también varias cosas en mi cabeza, como la descripción de Alina sobre su amado, o el hecho de que Sirius me hubiera dejado así sin más...

Como la última vez, me llevé una mano al pecho. Nunca me hubiera creído que un desengaño podía doler tanto físicamente...
Qué ilusa había sido...

Alina profundizó el beso cuando intenté hablar, y empezó también a acariciarme pero yo, lejos de relajarme, me tensé aún más; sobre todo cuando oí unos pasos acercándose hacia allí.

Dejé de respirar cuando logré apartarme de Alina para ver a Alexandra, que se había quedado estática. El tiempo parecía haberse detenido para alargar aún más mi agonía.

- No... Alexandra - negué, temeroso - No es lo que parece.

Parpadeé para contener las lágrimas, me parecía muy injusto que encima se atreviera a decirme eso.

- ¿Que no es lo que parece? - pregunté - ¿Y qué se supone que es lo que tengo que ver entonces? Porque yo lo tengo todo mucho más claro después de esto.

Me abracé a mi misma, me sentía débil.

- Iros, por favor - ordené - Hoy no voy a atender a nadie.

Me habría dado de golpes en ese momento. Me daba muchísima rabia ser el causante del dolor de Alexandra.
Me acerqué a ella.

- Alex, porfavor... tienes que creerme - le pedí - Ella fue la que me besó.

- No te acerques a mi, Sirius - le dije duramente, dando un paso atrás - No confío en tí.

Le miré a los ojos con el resentimiento reflejado en ellos.

- ¿Tantas promesas de que ibas a ayudarme en todo para después encontrarme con esto? - pregunté - Debería de haberlo sospechado.

Miré a la mujer con malhumor.

- Cállate - ordené tajante - No hables de lo que no sabes.

- Y ahora fuera los dos - repetí - Si os lo queréis montar, hacedlo fuera, pero dejadme tranquila.

Me dolieron las palabras de Alex, pero me lo tenía merecido.

- Si tiene derecho - le dije a Alina, luego miré a Alexandra - Y esas promesas si fueron ciertas, tienes que creerme, por favor - repetí de nuevo.

- ¡No! No tengo que creerte - repliqué - De todos modos, estás en todo tu derecho de liarte con quien quieras ¿no?

- Porque no tenemos nada - añadí, apartando la mirada - Además, ella es guapa, tiene buen cuerpo, y seguro que incluso besa mejor que yo, como les gusta a los hombres...

- Siempre es igual.

- No, no digas tonterías, tú eres mucho mejor - negué, acercándome a ella - Sólo que no podemos estar juntos, porque tú eres mi alumna, y eres muy joven...

Resoplé con ironía.

- Ya, claro, será eso - repliqué - Te dije que podía dejar Hogwarts si era eso lo que te incomodaba, ¡Incluso dije que me daba igual tu edad!

- Pero no, tú aseguraste que lo hacías por mi bien, y ya veo cuánta verdad había en tus palabras - dije con sarcasmo, frunciendo el ceño.

- No tengo ganas de seguir escuchándote, Sirius. Así que si quieres hacer algo de verdad por mi bien, llévate a tu amiguita fuera contigo, no quiero tener que sacaros por la fuerza - amenacé, y vaya que lo haría si me obligaban.

No podía culparla por pensar aquello, porque probablemente yo también lo hubiera pensado de haber estado en su situación.

- Nunca te he mentido, Alexandra... - le dije - Pero si quieres que me vaya, me iré.

La miré unos segundos con tristeza.

- Hasta pronto - me despedí, cogiendo a Alina del brazo y arrastrándola conmigo a la calle.

Era incapaz de creerle...

Cuando se fueron, me acerqué lentamente a la puerta de la tienda y cambié el cartel de "Abierto" a "Cerrado". Luego me apoyé contra la pared y me dejé resbalar hasta el suelo, ocultando mi rostro en mis rodillas.
No iba a llorar, no lo haría, pero me sentía tan mal...

Suspiré profundamente y me desaparecí de allí. Necesitaba irme a algún lugar donde olvidar todo.