Paseando al Alba

No habían salido los primeros rayos del sol cuando ya estaba sentada frente al lago, esperando el amanecer.
La tranquilidad reinaba sobre todo, los pájaros comenzaban a cantar y los alumnos más madrugadores a arreglarse para bajar a desayunar.
Yo iría en seguida, pero por el momento disfrutaría la visión de la luz del crepúsculo matutino sobre el lago.

BIP BIP BIP BIP. Sonaba el despertador. Era sábado, pero lo había puesto para ver por una vez el amanecer.

Muerta de sueño me levanté y me vestí enseguida. Bajé corriendo las escaleras y cuando iba por un pasillo me di cuenta de que se me habían olvidado los zapatos otra vez. Me encogí de hombros y seguí andando hacia el jardín, pues si no me perdería el amanecer.

Llegué al lago. Era algo precioso, los primeros rayos de sol se reflejaban en el agua negra.

Me fijé en que había una chica allí y con una sonrisa corrí hacia ella.

-¡Alexandra, hola!-exclamé, y cuando estuve cerca de ella la abracé.

Sonreí. La verdad es que estaba cansada, pero siempre tenía energías guardadas en alguna parte.

-Tengo mucho sueño, ¡¿Pero a que no se nota?!-exclamé dando palmaditas.

-Quería ver el amanecer por una vez. Es tan bonito...-dije sentándome de forma brusca en el suelo.-Au...-dije frotándome el trasero.

-No, para ir al cole me levantaba cuando ya había salido el sol. Y los fines de semana pues tampoco me levantaba temprano. Es que soy una mezcla de tejón y marmota.-reí.-Ese es uno de los motivos por los que siempre se me olvidan los zapatitos.

Moví los deditos de los pies debido a su risa.

-Pues que como me quedo dormida, siempre me doy prisa para llegar a tiempo. Me visto, pero los zapatos se me quedan atrás.

(para otra ocasión, tonces. Pero dime, ¿Qué hay que hacer para ser animago?)

Reí ante su última propuesta.

-No, yo creo que mi mente lo hace a propósito porque me encanta andar descalza.

(Juu, no puedo ser animago entonces?)

Reí.

-No tienes que regalarme nada.-sonreí.-Nunca he pedido nada para mi cumpleaños. Cualquier regalo es bien recibido.


(¡Me parece una idea estupenda! ¿Dónde me darás las clases? ¿Aquí?)

La miré como si no hubiera dicho nada malo. Para mí no era malo.

-Yo jamás haría eso, los pensamientos de la gente son suyo y de nadie más, pero si tú me lo hicieras a mí no me enfadaría. De todos modos sería lo mismo que preguntarme, nunca digo mentiras y casi siempre digo lo que pienso. Cualquier cosa que me regales me gustará. Además, ni siquiera sabes cuándo es mi cumpleaños.-reí.

Me quedé pensando un rato.

-Hay algo que me podrías regalar. Me gustaría llegar a ser animaga, ¿Tú podrías enseñarme.

Fruncí el ceño.

- Bueno pues... ¿cuándo es tu cumpleaños? - pregunté riendo, ya que era por donde debería de haber empezado.

Luego escuché su pregunta y sonreí.

- Sí, si que puedo - respondí - Porque yo estuve estudiando para serlo.

Hice un leve movimiento de mano y, al cabo de unos segundos, un tomo verde llegaba volando de una de las ventanas del castillo. Lo cogí rápidamente en el aire antes de que siguiera su camino y lo dejé sobre la hierba.

- De aquí empecé a informarme sobre todo - le expliqué, señalando el libro - Así que cuando quieras te empiezo a enseñar, ¡pero no esperes que te salga a la primera!

-Es el 3 de octubre. Ya pasó.-reí. Luego me respondió a mi pregunta y me formuló otra.-¡Qué bien, qué bien! ¡Tendré paciencia! Aunque nunca la tengo, pero ahora la tendré.

Salté y di palmaditas.

-¡Sí, sí, sí! ¡Ahora!-exclamé con gran entusiasmo.-Quiero saber en qué animal me convertiría cuanto antes.

-¡Bien, de acuerdo, de acuerdo!-exclamé tumbándome en el césped.

Cerré los ojos y pensé en qué animal podría transformarme.

-Vale, ya estoy tranquila.-no es que estuviese mintiendo exactamente pero seguía moviendo los pies arriba y abajo alternándolos.

Abrí los ojos un momento y volví a cerrarlos.

Escuché su voz y dejé que mi alma se calmara tanto que podría levitar. Pensaba en mamá, que estaría tranquila en mi casa, haciendo sus quehaceres.

-Ya... estoy...-solté en un suspiro.